miércoles, 27 de octubre de 2010

Suicidio demográfico y declive de la fe

"El proceso [de pérdida de la fe] de las grandes masas sólo con dificultad puede ser definido en forma concreta. La mejor referencia -para observar el proceso a través de un índice- es ofrecida por el movimiento del coeficiente de natalidad. Una relación, confirmada por Sombart en su libro Del hombre, afirma que la frecuencia de nacimientos en la historia reciente depende esencialmente de la solidez de la constitución religiosa de un pueblo. La voluntad de procreación no es un hecho biológico de ninguna manera, sino una decisión espiritual que muestra -en todas aquellas culturas abandonadas a sí mismas- una constante tendencia a la limitación de los nacimientos. Hasta ahora sólo los postulados religiosos de la fecundidad matrimonial y la prohibición de cualquier limitación se han mostrado con fuerza suficiente para detener el descenso de la natalidad que inmediatamente se manifiesta en toda disolución de la fe".

De Alfred Müller-Armack, El siglo sin Dios. FCE, México 1965, p. 157.

Maquiavelianismo

El "realismo político", hilo rojo y persistente de todos los modos del pensar político, puede presentarse bajo ópticas diferentes. Así, en el contexto de la política ideológica o ideologizada contemporánea, el realismo político aparece como un modo de pensar antiideológico, a lo que ya hacía referencia Raymond Aron en sus libros sobre El opio de los intelectuales y los Ensayos sobre las libertades. En este sentido, el realismo político, actitud que caracteriza a una cierta familia de espíritu, desde el Kautylia (s. IV. a. C.) a Carl Schmitt (s. XX), desenmascara la política misoneísta que quiere realizar el socialismo, el liberalismo y tantas otras ideologías, representaciones parciales o falsas de la realidad.
Prudentia, grabado de Peter Brueghel el Viejo
Del mismo modo, el realismo político, que supone el primado de la observación sobre las consideraciones moralistas de la acción política, viene a ser otro nombre del maquiavelianismo. Maquiavelo no era maquiavelista, pues de haberlo sido no hubiese escrito El príncipe, sino un tratado de moral. El maquiavelianismo no es simulación, ni siquera disimulo, sino una aceptación de la política como es, no como nos gustaría que fuera.
Finalmente, el realismo político puede asimilarse con el punto de vista político. Hay en política una forma singular de acceder a los fenómenos políticos y proceder entre ellos en la que tiene gran peso el sentido de la vista, tal vez uno de los sentidos más políticos. Tener ojo, facultad de previsión resulta fundamental en política. La previsión tiene ciertos límites, marcados por el horizonte histórico, lo que obliga a la prudencia. La predicción, en cambio, como recordaba Freund, tiene otra naturaleza distinta, pues se puede hablar de cualquier cosa, dejando a un lado toda reserva.

lunes, 25 de octubre de 2010

La religión del socialismo según Vilfredo Pareto

Vilfredo Pareto, Traité de sociologie, I. Payot et cie, Lausana 1917-1919 (reimpresión anastática: Osnabrück, Otto Zeller 1965).

“Se suele decir que el socialismo es una religión. En el dominio de las derivaciones antropomórficas, semejante proposición resulta absurda y ningún contemporáneo, sin duda, se ha representado el socialismo como un hombre, del mismo modo que los antiguos romanos se representaban a la diosa Roma bajo la apariencia de una mujer. Sin embargo, en el dominio de los residuos, esa proposición se corresponde con los hechos, en el sentido de que los sentimientos que se manifestaban entonces a través del culto de la diosa Roma o la Diosa Annona, y lo manifestado ahora en la fe en el Socialismo, en el Progreso, en la Democracia, etc. constituyen fenómenos parecidos” § 1073.

Vilfreo Pareto
“El término socialismo ha representado y representa todavía algo grande, poderoso, benefactor; y alrededor de ese núcleo se disponen una infinidad de sensaciones agradables, esperanzas y sueños. Así como las antiguas divinidades de sucedían, se desdoblaban o competían entre si, en la actualidad, más allá de la divinidad del socialismo encontramos la de las “reformas sociales” o las “leyes sociales”; sin que falten los pequeños dioses como “el arte social”, “la higiene social”, “la medicina social” y tantas otras cosas que, gracias al epíteto “social”, participan de la esencia divina” § 1079.

Formas y orden en la acción política

No hay un orden "informal". La política es orden y esta siempre se denuncia en unas formas que singularizan y configuran una agrupación humana. En este sentido, toda expresión de una comunidad política constituye una ordenación concreta de la convivencia. Es esta la quintaesencia del pensamiento de Julien Freund sobre las formas y el orden, que se adensa al poner en conexión con la doctrina de Georg Simmel sobre las "formas de socialización".
Ilustración de la dialéctica de las formas y el orden     
Pero la filosofía de lo político de Freund no se agota en la metasociología. Siendo el orden una aspecto central de la vida política, Freund distingue, para captar mejor su esencia, entre órdenes imperiosos (el cosmológico, el biológico) y órden imperativos (la política, la economía, la ética, la ciencia, la estética, la religión). Los primeros no admiten la manipulación. Puede manipularse el concepto de "naturaleza", pero no la "naturaleza" misma. Los órdens imperativos, en cambio, admiten la injerencia del hombre, aunque siempre dentro de los límites marcados por la propia esencia, de la que son, en última instancia, una huella en la historia.

sábado, 23 de octubre de 2010

Fragmentos de cursos: Pensamiento político español en el siglo XX (ii)

El Estado en España: un enigma histórico

Retrato de Felipe V que cuelga
del revés en el Museo del Almudí
de Játiva. Expiación simbólica por
el ataque a la ciudad y la derogación
los fueros del Reino de Valencia
Europa, decía Álvaro d'Ors, es la consecuencia de una herejía cristiana. Europa es también, por otro lado, sinónimo de "estatalidad" (Staatlichkeit) y Estado. El Estado, instancia neutral y soberana, refleja la ruptura de la unidad política y espiritual de la Cristiandad. Sostén y defensora de la misma quiso ser, a sus propias expensas, la Monarquía de España o hispánica, particularmente después de la Paz de Westfalia. Una atención especial merecería la reseña del proceso que conduce al fracaso del proyecto de estatificación incoado por los Reyes católicos. El historiador Luis Suárez se refiere a ese hito como "la prematuración del Estado en España". En efecto, la impronta aragonesa, la profunda impregnación religiosa determinada por los siglos de la Reconquista, así como el encuentro con las tierras americanas, tenía que impedir necesariamente que la habitud de la comunidad política española cuajara como Estado.
La Unión de Armas intentada en 1642 por el Conde-Duque de Olivares y, en el siglo siguiente, los sucesivos Decretos para dar Nueva planta a la Monarquía fracasaron también en el empeño de hacer de España un Estado. El proceso de la estatificación se complicará en el siglo XIX, pues por un lado, a partir de la sublevación del pueblo contra Napoleón, irrumpe la nación española en la política patria (nacionalismo); por otro lado, sin embargo, se afirma la voluntad de dar a la nación una constitución escrita (a la que el liberalismo de cuño regalista atribuye un plus sobre la cosntitución histórica o prescriptiva). Así, el constitucionalismo es la forma de afirmarse en España, no siempre de manera consciente, el gran proyecto (secularizador) de la estatificación.
Bandera de la II República española.
La Revolución francesa acabó la obra
de Luis XIV y Franco la del régimen
repúblicano de 1931
Ni Cánovas ni más tarde Maura, uno de los grandes políticos desaprovechados por España y, seguramente, un verdadero hombre de Estado, consiguen desanquilosar la Monarquía y descuajar sus vicios. La dictadura de Primor de Rivera, que se quedó en el expediente clásico del encargo o comisión implícita en toda constitución, escrita o prescriptiva, atisbó el verdadero desafío cuando ya la Asamblea nacional, que nació muerta, no podía hacer nada.
La II República llégó con vocación de Estado, pero fracasó supeditada al proyecto ideológico o pseudorreligioso del socialismo. Puede resultar irónico, pero fueron Franco y el Régimen de las Leyes fundamentales los responsables de la estatificación de la agotada monarquía. El Estado franquista configuró una Administración neutral y dio a España, por primera vez, la habitud de Estado, como recordaba Javier Conde en un discurso revelador.

martes, 19 de octubre de 2010

El valor de lo político: un nuevo libro sobre Julien Freund

Viene de las prensas argentinas de Prometeo Libros y han sido sus compiladores los profesores Juan Carlos Corbeta (catedrático de Derecho político en la Universidad Nacional de la Plata) y Ricardo Piana. En él se reúnen trabajos de estudiosos de la obra de Freund de Europa y América: Alessandro Campi, Charles Blanchet, Stephen Launay, Christian Savès, Juan Carlos Valderrama, Jerónimo Molina y Olivier Arnaud. Todos los estudios provienen de otras publicaciones (entre otras del número dedicado monográficamente a Freund por la revista Empresas políticas en 2004), lo que servirá para que tengan acceso a los mismos los investigadores que ahora empienzan a participar en la Freund-Renaissance. Se agradece la introducción de los compiladores.

Fragmentos de cursos: Pensamiento político español en el siglo XX (i)

Jean-Jacque Burlamaqui
La exposición del pensamiento político de cualquier época histórica (aunque se trate de un tiempo convencionalmente delimitado: lapso de una generación o varios, décadas, siglos) requiere de un hilo conductor. En el caso de la historiografía del pensamiento político hispano del último siglo convendría agarrar ese hilo para mejor poder sortear las trampas de la ideología. Por encima de la polarización izquierda / derecha , socialismo / falangismo o internacionalismo / nacionalismo hay categorías mucho más eficaces para dar forma a un paisaje tan abigarrado como el del siglo XIX. Estas podrían ser muy bien, de un lado, la actitud española ante el Estado como forma política (estatismo / antiestatismo), y de otro, la concentración de la inteligencia política en torno a una denominación académica que trasciende, desde luego, la etiqueta universitaria, el Derecho político (enciclopedia de los saberes políticos en España).

El Derecho político, denominación que aparece en De l'esprit des lois (1748) de Montesquieu contrapuesta al Derecho de gentes y al Derecho civil, se convirtió en el título de la famosa obra póstuma  de Burlamaqui: Principes du Droit politique (1751). La única esxpliación plausible de que se titule así un libro en cuyas páginas nunca se menciona el "Derecho político" es simple: el curador de la obra de Burlamaqui fue el mismo que se ocupó de la edición de la de Montesquieu, el tipógrafo Jacob Vernet. La terminología únicamente arraigó en España, en pugna con el "Derecho constitucional", a partir de la reforma del plan de estudio de Derecho de 1857, con la que se incorporó al mismo una asignatura titulada "Instituciones del Derecho político y administrativo de España". Esta misma asignatura se convirtió en 1884 en "Derecho político y administrativo", hasta que en 1900 se produce la separación, asentándose la autonomía del "Derecho político".


El Derecho político ha sido, durante mucho tiempo, una "anomalía" española. Sin embargo, el origen de la divergencia terminológica (en el resto de Europa se impone desde finales del siglo XVIII el término de G. Compagnoni di Luzzo, autor en 1797 de unos Elementi di Diritto costituzionale democratico), nada tiene que ver con el régimen de las Leyes fundamentales. Es falso que se explicara un Derecho político al no existir una constitución (afirmación ridícula, por cierto: España, desde luego, tenía constitución, aunque esta no fuera del tipo demoliberal): el arraigo del Derecho político entre nosotros, más allá del perfecto encaje de la mentalidad krausista con la concepción enciclopedista del Derehco político, tiene que ver con la futilidad de las constituciones españoles, con su carácerter de Ley efímera. Más allá de la constitución mudable (desde 1812 en adelante) hay algo con más consistencia: a estudiarlo se ha consagrado entre nosotros, hasta su liquidación en los años 1980, el Derecho político.

lunes, 18 de octubre de 2010

Los planos de la política


El escritor político turinés, Alessandro Passerin
d'Entrèves [1902-1985]

Inexorablemente, la política, imperativo histórico, se presenta como una ordenación concreta de la existencia (hic et nunc). No hay en política un vector que empuje a las comunidades humanas hacia un progreso inexorable. El hombre, mixtum de naturaleza e historia, está abierto a la historia como desafío (challenge). Como ser libre tiene que arrostrar las consecuencias de su politicidad. No puede hacer otra cosa. Ahora bien, la política como ordenación concreta de la existencia se articula en los tres planos de los que hablaba hace años Alessandro Passerin d'Entrèves en su libro sobre La noción del Estado. La política como vis o fuerza; la política como potestas; la política como acutóritas.
Es la vis la última razón de la política. Sin ella no hay política razonable, sino debilidad e impotencia. Este caso, probablemente, sería el supuesto más exacto de la "incompetencia política". La validez de su ejercicio depende de que el poder no se asiente sobre ellas exclusivamente. Pues lo deseable es que el derecho racionalice la fuerza. A eso lo llama Passerin postestas. Preferible que haya un derecho que racionalice la fuerza, aunque ese derecho sea injusto, a que no haya derecho en absoluto. La auctóritas, por último, justifica la fuerza racionalizada al poner al servicio de una idea superior (bien común, justicia).

miércoles, 13 de octubre de 2010

Política social indiana

El 23 de noviembre de 1504, tres días antes de su muerte, Isabel I de Castilla agregó un codicilo a su testamento. Entre otras estipulaciones contenía la siguiente, relativa al buen trato debido a los americanos: 

Recopilación de las Leyes de Indias,
mandada confeccionar por Carlos II.
Pragmática del 18.V.1680 

Por cuanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue, al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro Sexto, de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, de procurar de inducir y traer los pueblos de ellas y convertirlos a nuestra santa fe católica, y enviar a las dichas Islas y Tierra Firme prelados y religiosos y clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir (a) los vecinos y moradores de ellas en la fe católica, y enseñarles y adoctrinar (en) buenas costumbres, y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las letras de la dicha concesión se contiene, por ende suplico al rey mi señor muy afectuosamente, y encargo y mando a la dicha princesa, mi hija, y al dicho príncipe, su marido, que así lo hagan y cumplan, y que este sea su principal fin, y que en ello pongan mucha diligencia, y no consientan ni den lugar que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, más manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es ungido (signado con óleo sagrado) y mandado.

martes, 12 de octubre de 2010

Para la desmitificación de la Política social

"En el orden técnico, ciertas medidas adoptadas por los regímenes totalitarios resultan ser excelentes, por lo que nos convendría imitarlas: por ejemplo las políticas en favor de la natalidad o algunos aspectos de la política social".




De la exposición de Raymond Aron ante la Sociedad Francesa de Filosofía el 17 de junio de 1939 (R. Aron, "États démocratiques et États totalitaires", en Machiavel et les tyrannies modernes. Follois, París 1993, p. 186).

lunes, 11 de octubre de 2010

Vargas Llosa, a pesar de él mismo

Reproducimos un texto del filósofo argentino Alberto Buela (Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos) sobre la relevancia política del Nobel al peruano naturalizado español Mario Vargas Llosa:

Hoy le dieron los suecos, más precisamente la masonería sueca, el premio nobel de literatura al peruano Vargas LLosa, y está bien que así sea. Se lo negaron a Borges, no se lo dieron a Rulfo, no lo obtuvo Carpentier, ni Lugones, ni Cortazar, ni Ibarburú, ni Céspedes, ni tantísimos otros escritores de lengua española mil veces mejores que los últimos diez premios nobeles de literatura: 2009: Herta Mueller (Alemania), 2008: Jean-Marie Gustave Le Clezio, (Francia), 2007: Doris Lessing (GB), 2006: Orhan Pamuk (Turquía), 2005: Harold Pinter, (GB), 2004: Elfriede Jelinek (Austria), 2003: J.M. Coetzee (Sudáfrica), 2002: Imre Kertesz (Hungría), 2001: V.S. Naipaul (GB), 2000: Gao Xingjian (Francia), 1999: Gunter Grass (Alemania).

Y se lo dan a Vargas LLosa por liberal y masón. Y además escribe bien. La paradoja estriba en que por el solo hecho de escribir en español o castellano se transforma, incluso a pesar de él, en un disidente respecto de la “producción de sentido” que las autoridades suecas quieren y desean dar al dicho premio. No en vano de los últimos diez, al menos cinco escriben y se expresan en inglés, idioma que la intelligensia sueca ha adoptado desde hace medio siglo como propio.


Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
Lima, fundada en 1551: la más antigua
de América y una de las más
antiguas del mundo
Vargas LLosa apoltronado en Nueva York ha declarado en una extensa conferencia de prensa que: La Academia no me premió a mi sino a la lengua en la que escribo… siempre traté de escribir lo mejor que pude para la mayor difusión del español… a los hispánicos de los Estados Unidos les digo que se sientan orgullosos de su tradición cultural que hunde sus raíces en Cervantes, Quevedo, Calderón y tantos otros. Estas declaraciones que le nacen naturalmente a Vargas Llosa se producen por su pertenencia al castellano y más allá de su formación ideológica, pues son, a todas luces, políticamente incorrectas. En tal sentido quiero traer a colación lo que me escribió hace unos días, un muy buen investigador argentino en historia, el profesor Jorge Bohdziewicz, observándome un artículo mío La manipulación internacional del castellano, que: "Es cierto y bueno lo que decís sobre la lengua castellana. Aquí tenemos un ejemplo concreto de colonialismo lingüístico. En el Conicet,(equivalente del CSIC español) institución que conozco en detalle, tienen mayor calificación los artículos científicos si se publican en revistas extranjeras y en idioma inglés. Son nuestros evaluadores los que tratan de imponer esa norma, y a fe que lo logran. Ya nadie quiere publicar en revistas científicas nacionales, que van desapareciendo de a una. Los investigadores se desesperan por publicar en revistas extranjeras de "alto impacto", que le dicen, porque saben que de lo contrario corren el riesgo del rechazo de sus informes. En cuanto a valor intrínseco del trabajo, poco importa. Nadie lee y todos juzgan por el soporte" (carta personal del 30.IX.2010).

Este premio de Vargas Llosa adquiere una significación geopolítica no apreciada por los propios, pues desmiente el trabajo de zapa de todos los centros académicos y de formación científica del mundo hispano hablante que desplazan sistemáticamente el castellano como lengua de expresión científica sin que medie pedido alguno para ello. Es un problema de colonización lingüística emplazado de hecho en la cabeza de las autoridades de los institutos y academias de formación científica.

Hoy se ha instalado en todo el mundo académico un sistema de “revistas con referato internacional”, donde los referís se intercambian de unas revistas a otras como aquel lema de los poetas bogotanos. “te leo si me lees”. Además los informes académicos tienen que estar apoyados en revistas “indexadas”, esto es, en revistas que figuran en el nomenclador internacional de revistas y editoriales, quienes son las que otorgan valuación positiva de los artículos publicados. Se produce así un círculo hermenéutico que nos dice: un artículo escrito en castellano es científico no por lo que dice, sostiene o prueba sino por el soporte técnico que tiene(citas en inglés) y ese cúmulo de citas “indexadas” hace que dichas revistas prestigien a dicho artículo, y no el juicio de los pares como debería ser. La desmitificación de este andamiaje académico, de esta impostura intelectual la realizó, entre otros, Alan Sokal con su artículo sobre el uso embaucador y farsante de las publicaciones sedicentes “científicas”. Así, escribió un artículo en joda, lo logró publicar en una revista “científica” con referato internacional y luego les dijo que eran unos embaucadores.

El ejemplo académico más reciente que conozco es cuando hace un par de años la Universidad de Barcelona presentó un proyecto de seminario sobre la filosofía práctica en Aristóteles y el Ministerio de ciencia e innovación español los desechó porque los expositores eran todos de lengua española, sin importarle los méritos de los profesores que lo integraban ni sus trabajos de investigación durante décadas en el pensamiento del Estagirita. Fue necesaria una carta del profesor norteamericano Richard Kraut de la Northwestern University para que el ministerio autorizara el seminario. Lo triste es que R. Kraut es un “medio pelo” entre los estudiosos de Aristóteles y cualquiera de “los nuestros” (Gómez Lobo, Zagal, Llano, Oriol, Serrano, Mauri, etc.) lo da vuelta como un guante.

Cuando el viejo Alejandro de Humbolt afirmó que los hablantes modelan la lengua y la lengua modela la mente, y así cada idioma fomenta un esquema de pensamiento y estructuras mentales propias realizando uno de los mayores descubrimientos lingüísticos, nos permitió explicar apoyados en esta premisa que una forma es pensar los clásicos en inglés y otra en español. Nosotros, en tanto herederos directos y sin mediaciones de Grecia y Roma, pensamos en función de un todo, de una totalidad de sentido, en tanto que la mente estructurada por el inglés los ve en sus detalles. Ellos están por así decirlo a ser siempre, especialistas de lo mínimo. Algo que, por otra parte, caracteriza al pensamiento moderno.

No quiero acá detenerme en la evolución o involución de los estudios aristotélicos, que es cuestión de enjundiosos especialistas, pero en líneas generales puede decirse que se pasó de una visión del todo, a una visión de las partes y cuando esta visión dividió hasta el infinito las mil sutilezas encontradas, se perdió la visión del todo y hoy estamos como “cuando vinimos de España: con una mano atrás y otra adelante”. De esta tara se liberó la genuina literatura hispanoamericana que no imitó y creó constantemente durante todo el siglo XX. Así el realismo mágico y la novela histórica buscaron un anclaje siempre en la política como arquitectónica de la sociedad y explicación última de lo que sucede con nosotros en esta mundanal vida.

Vargas Llosa, a pesar de él mismo, se da cuenta de ello y en este hodierno reportaje neoyorkino lo afirmó: la literatura hispana tiene a la política como un elemento constitutivo. Y es por ello, agregamos nosotros, que el ensayo es el género propio de la expresión hispanoamericana donde el autor mezcla lo grande y lo pequeño de manera personal y llega a conclusiones, enumera pruebas más que detenerse en el método que convalida las pruebas.

domingo, 10 de octubre de 2010

Más sobre Epítome de Política social, 1917-2007

Reseña de J. Molina, Epítome de Política social, 1917-2007 (Isabor, Cartagena/Murcia 2007), por Manuel J. Peláez Albendea (Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, nº 30, 2008).

"La Política Social es una ciencia jurídica y social que ha contado en España con cátedras en las Facultades de Derecho y de Ciencias Políticas y Económicas y luego en las que pasaron a denominarse de Ciencias Políticas y Sociología. Actualmente esas cátedras han quedado amortizadas y exclusivamente quedan reducidas a una cátedra de Escuela Universitaria en la Universidad Complutense de Madrid y a una titularidad de Universidad en la Facultad de Ciencias del Trabajo de la Universidad de Murcia. Jerónimo Molina Cano, que ocupa esta última plaza, es director de la conocida revista Empresas Políticas y es un estudioso profundo de los teóricos españoles del Derecho Político desde 1900 en que se produce la separación de las cátedras de Derecho político y Derecho administrativo hasta la desaparición de esa denominación como área de conocimiento en 1984, al dividirse en dos (Derecho Constitucional y Ciencia Política y de la Administración) que, a juzgar de muchos, tienen un significado y un contenido bien distinto de aquel Derecho político o del anterior Derecho político español comparado con el extranjero.

Molina Cano cuenta con una obra importante referente a la materia que nos ocupa La Política Social en la Historia, que ha contado con dos ediciones.

Aún dicen que el pescado es caro (1894). Óleo sobre lienzo
de Joaquín Sorolla
J. Molina pasa revista aquí a los personajes que ostentaron las cátedras de Política Social en España y a los contenidos de la asignatura. El primero fue Luis Olariaga Pujana (1895-1976), que fue catedrático de Política Social y Legislación Comparada del Trabajo en el doctorado de Derecho de la Universidad Central de Madrid, plaza que ganó en una oposición celebrada en 1917, en la que brilló también Leopoldo Palacios Morini (1877-1952), brillante estudioso del Derecho social. La creación de secciones de Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad Autónoma de Cataluña a partir de 1933 y en la de Valencia en 1936 no favorecieron la creación de cátedras de Política social, aunque sí apareciera la asignatura (en concreto en Barcelona llevaba la denominación de Política Social) o un sucedáneo de la misma en los planes de estudio. La Ley española de Universidades de 1943 daba origen a las Facultades de Ciencias Políticas y Económicas y Alberto Martín-Artajo Álvarez (1905-1979) fue el primer docente de Política Social en la Universidad de Madrid (que había dejado de denominarse oficialmente Universidad Central en 1943). En 1947 se sacó a oposición una cátedra de Política Social y Derecho del Trabajo en dicha Facultad que ganó Eugenio Pérez Botija (1910-1966), que ya era catedrático de Derecho administrativo. En 1961 se convocó cátedra directamente de Política social, tratando de marcar sus diferencias con la materia de Derecho del Trabajo; se hizo por vía de concurso y fue promovido el único concursante admitido Federico Rodríguez Rodríguez. Fallecido en 1966 Pérez Botija, salió a concurso la cátedra de Política Social y Derecho del Trabajo, que ganó Efrén Borrajo Dacruz. En 1975 se sacó a concurso oposición una Agregaduría de Política Social, que conquistó brillantemente Manuel Moix Martínez. Con la jubilación de Rodríguez Rodríguez, Borrajo Dacruz y Moix Martínez quedaron amortizadas dichas cátedras.

En el plano científico la importante Revista de Política Social, dirigida tan sabiamente por Manuel Alonso Olea (1924-2003), fue suprimida en el capítulo presupuestario del Centro de Estudios Constitucionales y desapareció en 1984.

La parte principal del libro está dedicada al estudio de los cultivadores de la Política social en Alemania y Francia en el siglo XIX, centrándose en Robert von Mohl (1799-1875), Wilhelm Heinrich von Riehl (1823-1897), Georges Sorel (1847-1922), Jean Charles Léonard Sismonde de Sismondi (1773-1842), Lorenz von Stein (1815-1890), Heinrich von Treitschke (1834-1896), Louis Blanc (1811-1882), y luego a caballo entre el siglo XIX y XX en Gustav Friedrich Schmoller (1838-1917). Pasa luego al siglo XX y al desarrollo de la Política social en Alemania, en Inglaterra y en España, deteniéndose en Heinrich Herkner (1862-1932), Ludwig Heide (1888-1961), Thomas H. Marshall (1893-1982), Richard M. Titmuss (1907-1973), y referido a nuestro país con los ya conocidos Rodríguez y Moix.

Una reflexión de Jerónimo Molina sirve para centrar lo que él considera como contenido esencial de la disciplina. De esta forma afirma que “la Política social se presenta como una actividad eminentemente estatal que, dando un carácter peculiar a una época histórica, se realiza jurídicamente en un doble sentido: globalmente a través de la socialización del derecho y específicamente por medio de su configuración institucional a través del impuesto, la meritocracia, la negociación laboral y el aseguramiento colectivo, en sus diferentes variantes” (p. 55). Concluye el libro con un repertorio bibliográfico de doctrina, fundamentalmente alemana, francesa, inglesa, italiana y española, un índice onomástico y una relación incompleta (sólo las principales) de las obras del autor, Jerónimo Molina.

Esperamos y deseamos que se pueda seguir investigando en España sobre Política Social y que no pase a ser una materia de cultivo exclusivo de los profesionales de las áreas de conocimiento de Historia del derecho y de las instituciones, de Historia e instituciones económicas y fundamentalmente de Historia del pensamiento y de los movimientos sociales y políticos (aquí, en esta última, cuentan con un plantel valioso de investigadores, aunque quizás algo mediatizados ideológicamente, José Álvarez Junco, Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, Estrella López Keller, Antonio Elorza, Fernando Rey Reguillo, Santos Juliá, etc.).

La valoración final que se puede hacer de este libro es la de la elegancia con que plantea sus argumentos Jerónimo Molina y su rigor investigador."

Epítome de la Política social, 1917-2007

Reseña de J. Molina, Epítome de la Política social, 1917-2007 (Isabor, Cartagena/Murcia 2007), por Efrén Borrajo Dacruz, Director de Actualidad Laboral, nº 4, 2008, pp. 519-520.

Efrén Borrajo,
Catedrático emérito
de PS y D del T.
Unviersidad Complutense
"El profesor MOLINA CANO es docente en la Universidad de Murcia desde 1992, en la Cátedra de Política social. Es miembro de muy conocidas entidades alemanas y acredita, tanto por sus títulos y dicha condición de asociado, como en sus obras publicadas, una fuerte raíz germánica. Así se aprecia en sus numerosas publicaciones desde 1997. Es un especialista en la obra de RÖPKE y de Julien FREUND.

La nueva publicación  tiene tres partes claramente marcadas, si bien el Sumario comprende muchos má epígrafes. en la primera, a modo de justificación, da conocimiento de la historia de la enseñanza de las materias de Política Social en España, con una inicial referencia Gumersindo DE AZCÁRATE y la última, en 2002, fecha ésta en que se proveyó por concurso en la Universidad de Murcia la plaza de Profesor Titular de "Política Social", la primera que con la denominación clásica se dirimió fuera de la Universidad de Madrid.

Al hacer la reseña cronológica de esta Universidad aparecen nombres y personas de tan grato como emocionante recuerdo, tales Eugenio PÉREZ BOTIJA que alcanzó la Cátedra de Política Social y Derecho del Trabajo, en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas en 1940, y que muy pronto se desdobló de facto, quedando centrada la enseñanza en las materias jurídico-laborales, de modo que la Política Social propiamente dicha no obtuvo reconocimiento específico a nivel de Cátedra hasta 1960-1961, con la provisión a nombre de Federico RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ.

En la Cátedra del primero tuve la suerte de trabajar como ayudante hasta que obtuve por oposición la Cátedra de Derecho del Trabajo de la Universidad de Valencia en 1961 y posteriormente, en 1967, la Cátedra de Política Social y Derecho del Trabajo de la Universidad de madrid que había quedado vacante con el fallecimiento de PÉREZ BOTIJA. Este dato biográfico me permite salvar la errata única en que incurre el autor del Epítome (pág. 13), pues mi entrañable compañero en el concurso no fue ALONSO OLEA, que ya entonces era Catedrático de la Universidad de Madrid pero en la Facultad de Derecho, sino Manuel ALONSO GARCÍA, que esta entonces de Catedrático de Derecho del Trabajo en la Universidad de Barcelona. Tres nombres y tres personas que estábamos implicados en una relación de amistad y de compañerismo entrañable al reunir los tres el mismo honroso título de colaboradores de D. Gaspar BAYÓN CHACÓN y de Eugenio, con un planteamiento interfacultativo de facto.

La segunda parte entra ya en el tratamiento cientítico de la Política social, con una referencia histórica, muy lograda, de Sismonde de SISMONDI, Louis BLANC, Lorenz VON STEIN y Gustav SCHMOLLER; y, a continuación en cuanto "saber constituido". Es, al modo, de una memoria de Cátedra que se completa con una ágil y aguda reflexión de la Política Social como Teoría. Ofrece especial interés, tanto académico como histórico, el análisis de las relaciones entre Política Social y Derecho Social, y dentro de éste el Derecho Social del Trabajo, el Derecho de la Seguridad social, la posición de los Servicios Sociales y, en fin, la Socialización del Derecho que ha dado lugar al más granado conjunto jurídico del Estado Social de Derecho.

El repertorio bibliográfico es completo y, a la vez, selecto (págs. 68-73). También es útil el Índice de Nombres (págs. 74-76). Gratitud y aplauso a tan meritoria publicación".

sábado, 9 de octubre de 2010

De un diálogo con Alain de Benoist

Portada de Éléments 135
De una entrevista de Alain de Benoist a Jerónimo Molina publicada en Éléments, nº 135, primavera de 2010: "L'intelligence politique est en voie de disparition".

AdB A lo largo de su vida Schmitt mantuvo una estrecha relación con algunos de los grandes juristas y filósofos del derecho españoles. Todos ellos, a pesar de la importancia de sus obras respectivas, son desconocidos en Francia. ¿Podría presentarnos a los más interesantes de ese grupo? ¿Cuáles han sido en el siglo XX las principales correintes de la filosofía política y el derecho político en España? ¿Qué nombres se pueden considerar imprescindibles?

JM Hay dos tópicos sobre el pensamiento español del siglo XX, sobre todo el de su tercio medio, que me molestan bastante, pues son dos mixtificaciones absolutas: el monolitismo y la homogeneidad del pensamiento, de lo que algo he dicho ya, y el “páramo intelectual” de la vida española. En realidad, el supuesto “páramo” era un “bosque mediterráneo” con especies muy interesantes. La explicación de esa mentira política es muy simple: cuando Franco venció el bloqueo internacional hacia mediados de los años 50, a sus adversarios únicamente les quedaba ya el recurso de deplorar el oscurantismo cultural del franquismo, un régimen que había hecho de la arcadia republicana una sociedad reprimida por los curas y sometida a una férrea censura... Es verdad que Franco no era Salazar, un verdadero intelectual, pero tampoco era el personaje incompetente que pintan sus enemigos. Por otro lado, Franco no era la sociedad española.

 
Jesús Fueyo en su biblioteca. Instantánea
de Günter Maschke (1991)
Tampoco es exacto afirmar que el franquismo supuso un corte profundo en la vida intelectual del país, continuada únicamente con la “recuperación” de la democracia. Quien crea eso es que vive de tópicos de enciclopedia. La realidad es muy diferente: aunque el exilio diezmó a la clase intelectual española, muchos de los que se quedaron en la España de Franco trabajaron desde muy pronto para incorporar a los que se habían marchado. Un ejemplo palmario es el grupo de los “falangistas liberales” (Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo, etc.) Pero no quisiera alargarme en este punto, pues me gustaría señalar que bajo el régimen franquista se produjo un extraordinario florecimiento del pensamiento jurídico-político. Algunos de estos escritores formaban un grupo intelectualmente compacto que yo he llamado “Escuela del Derecho político español”. Tengo la impresión de que en España no ha habido un fenómeno parecido desde la Escuela de Salamanca, en el Siglo de Oro, ni siquiera en el siglo XIX, en donde hay una inteligencia superior como Donoso Cortés e ingenios notables como Balmes y Aparisi Guijarro. No creo que sea una casualidad que esos dos momentos intelectuales hayan coincidido con la época de mayor esplendor de la universidad española. Debo decirle, en este sentido, que comparada con lo que tenemos hoy, la universidad “franquista” era una verdadera Atenas.
Pero los pensadores políticos de interés no se encuentran únicamente entre los tratadistas de Derecho político, disciplina central en España desde el punto de vista de la historia de las ideas. Hay que tener en cuenta que en España, el Derecho político no equivale simplemente al Derecho constitucional de otros países europeos, sino que incluye también la Ciencia política, la Sociología, la Teoría del Estado y la Filosofía política, es decir, la enciclopedia completa de los saberes políticos. Son muchos nombres que no dirán nada al lector francés. Por esta razón me gustaría presentarlos dentro de un esquema elemental que, a mi juicio, refleja bastante bien las coordenadas políticas de la época. Más allá de las clasificaciones ideológicas convencionales –falangistas, tecnócratas, integristas, etc.–, que no sirven para nada, creo que la historia de las ideas políticas debe encontrar el eje ordenador interno a estas mismas ideas, algo así como un Zentralbegriff. En el caso de España, ese “concepto central” es el Estado. Como decía Javier Conde, uno de los grandes pensadores de esa época, el verdadero argumento de la historia política de España es su lucha contra el Leviatán, contra el Estado moderno. Es claro que en esa gigantomaquia resultó herida de muerte la Monarquía española, forma política que no hay que confundir con el Estado nacional europeo. En un sentido profundo, la historia de la decadencia española es la historia de una nación incapaz de adoptar la forma política moderna. De alguna manera, la no estatalidad de España nos costó el Imperio, así como las guerras civiles de los siglos XIX y XX. La Guerra civil de 1936 marcó un hito, pues después de ella, la estatificación intentada por la II República sería realizada por Franco. Decía Javier Conde que Franco dio a la nación española la forma o el hábito de Estado. Es precisamente la actitud ante el Estado lo que permite introducir una ordenación o agrupación no ideológica de los pensadores políticos españoles más interesantes del periodo que va de 1935 a 1975.
En primer lugar señalaría los partidarios del Estado tout court, convencidos de que la estatificación de la nación española era un imperativo histórico que ya no podía retrasarse sin poner en peligro la propia supervivencia de la comunidad política. Javier Conde, amigo, traductor y discípulo de Carl Schmitt, es el mejor representante de esta posición, sintetizada en un opúsculo titulado El Estado nacional español. Sus libros El hombre, animal político y Teoría y sistema de las formas políticas son dos clásicos contemporáneos de la filosofía política. Una posición parecida es la Jesús Fueyo, de quien pronto editaremos una antología: El Estado y la constitución de España. Su libro más ambicioso es El retorno de los Budas, un ensayo de política ficcion sobre la decadencia del pensamiento, elaborado en diálogo permanente con Nietzsche, Tocqueville o Schmitt.
Rafael Calvo Serer
Más bien partidario del Estado administrativo o de Derecho, que viene a ser lo mismo, fue Gonzalo Fernández de la Mora, teórico del “Estado de obras” y de las trascendentalidad de la oligarquía como forma de gobierno. Fernández de la Mora lanzó en 1956 su original tesis del “crepúsculo de las ideologías”, que nada tiene que ver con el debate acerca del fin de las ideologías (End of ideologies). También Rodrigo Fernández-Carvajal, un fino jurista autor de uno de los pocos tratados sobre el régimen de las leyes fundamentales, al que consideraba una “dictadura constituyente de desarrollo” (La constitución española, 1969).
Pero el Estado ha tenido siempre en España sus adversarios. En la época que señalo hay dos grupos intelectuales de mucho interés. Uno de ellos es el de los antiestatistas que rechazan el Estado por considerarlo contrario a la tradición nacional. La decadencia nacional, para ellos, no es la consecuencia de una deficiente estatificación, sino de todo lo contrario: el esfuerzo, a partir de Felipe V, el primer Borbón, por edificar un Estado es la causa de la decadencia de la Monarquía española. Mencionaré al romanista Álvaro d’Ors y su obra La violencia y el orden (1985) y al filósofo Rafael Gambra y su interesante trabajo Eso que llaman Estado (1958) Pero hay también otro antiestatismo, el de quienes rechazan la estatificación de la sociedad por poner este proceso en serio peligro las libertades personales y laminar los cuerpos intermedios. Ahí no encontramos con Rafael Calvo Serer, monárquico y gran divulgador de ideas, de quien puede leerse todavía con provecho La fuerza creadora de la libertad (1958). También Ángel López-Amo, malogrado jurista y autor de una obra breve en la que destaca El poder político y la libertad (1952), una defensa de la monarquía de la reforma social inspirada en Lorenz von Stein.

La política, imperativo histórico

Lo político pertenece al ser, mientras que la política se desvela en el hacer del hombre en la historia. De ahí que lo verdaderamente trascendental de la afirmación clásica, desde Aristóteles, sobre la socialidad o politicidad naturales del animal-hombre no sea la naturalidad de esa condición agregativa, sino el tener que ser gregario. Esto mismo decía en 1957 Javier Conde, fino ingenio político autor de un pequeño clásico contemporáneo de la ciencia política: El hombre, animal político.
Lo político como esencia es insuperable en un sentido trascendental, de ahí la fuerza de los presupuestos mando-obediencia, público-privado y amigo-enemigo. Sin embargo, la política es, por así decirlo, el resultado de la libertad del hombre, que somete la dynamis politiké o potencia política, actualizándola por tanto, a una serie muy diversa de acotaciones y límites. Ello da lugar a las instituciones políticas, entendidas estas en un sentido amplio. También, para utilizar la terminología de Simmel, a innumerables formas de socialización (Vergesellschaftung). Una de esas formas superiores de socialización política es el Estado, forma política que se confunde con la Modernidad. (Carl Schmitt solía hablar en este sentido epocal de Staatlichkeit).

Fotografía: Javier Conde (Burgos, 1908-Bonn, 1975).

miércoles, 6 de octubre de 2010

Don Rodrigo: inolvidable maestro de la minerva murciana


Rodrigo Fernández-Carvajal nació en Gijón en 1924 y murió en Madrid en 1997. Estudió Derecho y Ciencias políticas y económicas. Obtuvo el grado de doctor en 1955 con una tesis sobre El historicismo jurídico en España (1700-1850). Técnico de la Administración Civil del Estado con destino en el Ministerio de Educación desde 1950, fue partidario de una renovación pedagógica nacional que juzgaba urgente. Javier Conde, cuyo magisterio le marcó profundamente, le encargó en 1955 un curso sobre la ciencia del Derecho político en el Instituto de Estudios Políticos, al que se había incorporado como colaborador unos años antes de la mano de Fernando Mª Castiella. Aunque su vocación intelectual original fue la filosofía jurídica, la abandonó entonces para cultivar el Derecho político.
Catedrático de esta disciplina en Murcia desde 1958, nunca se separó de su universidad provincial, ni siquiera después de su jubilación en 1989, adelantada por las reformas educativas de esa década y que él sintió, lo mismo que tantos maestros de su generación, como una verdadera depuración intelectual. Nunca ambicionó las cátedras de Madrid, ateniéndose siempre al lema de su juventud: «La Universidad española no se recobrará hasta que se entierre en provincias una generación entera de catedráticos jóvenes» [revista Alférez, mayo de 1948]. En la figura intelectual de Fernández-Carvajal aparece trenzado lo mejor de las promociones universitarias de la postguerra: la máxima autodisciplina, la mayor exigencia científica y el amor a la universidad, entendida como empresa de elevación nacional. Su obra, escrita con una prosa diáfana que busca siempre el concepto, se proyectó en tres direcciones fundamentales y complementarias, realización ejemplar del programa de renovación de los saberes jurídicos y políticos que, apoyado en la filosofía de Zubiri y Ortega, desplegó la Escuela española de Derecho político (1935-1969): la historiografía política jurídica, el Derecho político y constitucional y la Ciencia política.
Sus primeros trabajos versaron sobre la historia del pensamiento político jurídico español, con contribuciones tan notables como una exposición sistemática del mismo abarcadora de los años 1808 a 1902 [El pensamiento español en el siglo XIX, 2003]; también son dignos de mencionarse sus estudios sobre Saavedra Fajardo, Donoso Cortés y Federico de Castro. Cultivó además la historiografía política constitucional, disciplina auxiliar del Derecho político en la que incursionó con dos textos inéditos: Síntesis de historia constitucional de España [1972] e Historia y sistema de las formas políticas [ca. 1979]. Como jurista político, Fernández-Carvajal entendió el Derecho político en el sentido enciclopédico característicamente hispánico. Sin embargo, no por ello dejó de reconocer la necesidad de un Derecho constitucional o doctrina exegética del Derecho político positivo, de la que careció la constitución de 1876 y que apenas si pudieron elaborar los «juristas de Estado» de la II República. Profundamente realista, Fernández-Carvajal abordó como jusconstitucionalista el corpus de las Leyes fundamentales del Régimen de Franco, tarea que acometió casi en solitario por considerarla, ante todo, un imperativo deontológico, una obligación, en suma, a la que no cabía oponer la abusada eximente del «Estado sin constitución». El fruto de todos esos cuidados intelectuales se encuentra recogido en su tratado La constitución española (1969), el libro más importante en su género del periodo constitucional al que puso principio el Decreto de 29 de septiembre de 1936 y que se desenvuelve, con algunas rectificaciones, hasta la novación constituyente de la Ley para la Reforma política de 1977. En las páginas es este monumento del pensamiento jurídico político español se define el Régimen del 18 de julio como una «Dictadura constituyente de desarrollo», quedando caracterizada la magistratura del General Franco como una concentración ad personam del poder constituyente, autolimitada a lo largo de los años hasta quedar este último en la posición del «león dormido», según la metáfora inglesa. Por último, el conjunto de las Leyes fundamentales es equiparado tipológicamente a las constituciones y cartas otorgadas, aunque en el caso español, excepcional en el constitucionalismo europeo de la II postguerra, no existiese un texto único y sistemático.
Fernández-Carvajal trató también con gran originalidad los aspectos fundamentales de la Ciencia política [El lugar de la Ciencia política, 1981], entroncando este saber con la rehabilitación de la filosofía práctica que ya había tenido lugar en otros países europeos.
En 1995 ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas con un bello discurso sobre Sabiduría y ciencias del hombre.

martes, 5 de octubre de 2010

Luis Olariaga Pujana (1885-1976)

El economista político Luis Olariaga nació en Vitoria el 21 de marzo de 1885 y murió, ya nonagenario, en Madrid, el 3 de agosto de 1976. Olariaga, hijo de la pequeña burguesía alavesa, se empleó muy joven en la Banca de su ciudad. Apenas cumplidos los 20 años marchó a Londres para trabajar en el Credit Lyonnais. Sus inquietudes intelectuales le llevaron hasta Ramiro de Maeztu, corresponsal por esa época de diversos periódicos españoles y argentinos. Este le introdujo en el sugestivo mundo del socialismo anglosajón neosecular y le presentó ante Ortega y Gasset, quien, cumpliendo con su alto magisterio nacional, le animó a seguir estudios universitarios. Olariaga se inclinó por una Licenciatura jurídica, cursada irregularmente en varias universidades españolas desde 1909. Alzándose sobre su experiencia comercial y bancaria empezó a cultivar con gran seriedad la economía política. Habilitado con una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios viajó a Berlín; allí estudió durante dos años con Max Sering, Adolf Wagner y Franz Oppenheimer. 
Al empezar la Gran guerra regresó a España y se licenció por la facultad de derecho de Oviedo (1914). Su incorporación a la vida intelectual nacional fue casi inmediata, pues trabó contacto con el Seminario de economía política de Flores de Lemus, se doctoró por la Universidad Central con una tesis titulada En torno al problema agrario (1916) y, al año siguiente, obtuvo la cátedra de «Política social y legislación comparada del trabajo» en unas oposiciones muy reñidas. Ortega, cabeza de una generación que fió sus mejores esperanzas en la misión de los universitarios, vio en Olariaga al candidato idóneo para traer a España la ciencia económica, tan necesaria para poner en orden a la nación. A la realización de este proyecto coadyuvaron su vasta obra periodística ­(buena parte de ella divulgada desde las páginas de El Sol), su vocación universitaria y también, de manera muy principal, el asesoramiento técnico dispensado a diversos organismos estatales. Olariaga da pues el perfil de los nuevos facultativos europeos de la política, cuyas funciones, al menos desde 1919, han venido desempeñando de consuno los juristas y los economistas políticos. 
En esta última faceta, además de su pertenencia a la Asamblea Nacional constituyente de 1929, se sucedieron sus responsabilidades en el Consejo Superior de Ferrocarriles y la Comisión de Ordenación Ferroviaria del Ministerio de Obras Públicas, al servicio del Directorio de Primo de Rivera, la II República y la Junta Técnica del Estado. Bajo el ministerio de Calvo Sotelo fue nombrado en 1928 Secretario del Comité Interventor de los Cambios; Larraz, por su parte, le llevó al Comité Central de la Banca Española como asesor técnico, convirtiéndose más tarde en Director del Consejo Superior Bancario. 
Operaron en su pensamiento dos constantes: la política monetaria y la política social. A la primera dedicó trabajos tan importantes como La política monetaria de España (1932), su obra inacabada Teoría del dinero, de la que llegó a redactar dos tomos, El dinero (1946) y Organización monetaria y bancaria (1954), y numerosos artículos sobre la reorganización monetaria internacional de la postguerra publicados en la revista Moneda y Crédito. A la segunda, que cultivó siempre como economista hondamente preocupado por el «drama social», dedicó su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, La orientación de la política social (1950), y su profundo estudio titulado La sociedad a la deriva (1971). 
No pueden desdeñarse pues sus enseñanzas sociales, determinantes en último análisis del pensamiento de José Antonio Primo de Rivera, discípulo de sus cursos de doctorado. Sus convicciones liberales le impidieron caer en los tópicos socialistas y colectivistas de la Nueva Escuela histórica alemana o en el vago agrarismo de Henry George, que gozó de amplia recepción en España hasta los años 30 del siglo pasado gracias a su compatibilidad sentimental con el regeneracionismo. Aunque admiraba a Keynes, a quien trató en varias ocasiones, el keynesianismo le parecía una «moderna antigualla» refutada «nada menos que [desde] los tiempos mercantilistas». Fue esa actitud suya, independiente y crítica, pero también ética, la que le enfrentó al nacionalismo económico de Cambó y le convirtió, más tarde, en partidario del Plan de estabilización de 1959.

Fotografía: Luis Olariaga en los años 30.

lunes, 4 de octubre de 2010

"Pas de politique sans ennemi": Julien Freund y la ontología de lo político

Julien Freund, ontólogo de lo político en el tiempo de las ideologías, elaboró su gran obra, L'essence du politique (1965) para superar una decepción: la del joven activista de izquierdas, militante de la Resistencia, que después de la II Guerra mundial descubre la traición de la casta política a los ideales que les animaban en la lucha. Lejos de caer en la desesperación, Freund, de nación lorenesa (1921) y afincado en el pueblo de su mujer, Villé, en el corazón de los Vosgos, hasta su muerte (1993), abandonó toda vinculación con la politiquería izquierdista de la postguerra y se dedicó a estudiar la raíz de la política. Esta no es ni mala ni buena en sí misma. Tampoco conservadora o progresista, de derechas o de izquierdas, al menos en lo sustancial. Asentada en el presupuesto de la insociable sociabilidad del hombre, su configuración histórica está determinada por lo que Freund, uno de los realistas políticos más destacados del siglo XX, denominó "presupuestos de lo político".
Estos presupuestos, en número de tres, registran su fuerza gravitante allá donde el ser humano se manifiesta, en la experiencia histórica, como animal político. Mando y obediencia, público y privado, y amigo y enemigo son pues la expresión dialéctica de la politicidad en la historia. De este mondo, no hay política sin que unos manden y otros obedezcan; sin que lo público y lo privado se acoten o delimiten recíprocamente; sin que la enemistad cuestione el principio de identidad sobre el que todas las agrupaciones políticas pivotan. Estos son precisamente algunos de los signos del verdadero "realismo político".

Fotografía: Julien Freund a mediados de los años 80 en su mesa de trabajo.

El conflicto: la sociología del antagonismo de Georg Simmel

En “La cocina de Heráclito”, artículo de Eugenio Montes publicado en un folletón de El Sol (19 de julio de 1931), se dice que con Georg Simmel “la Sociología pasa de ser un Rastro a ser una ciencia”. A pesar de su casticismo, este discutible modo de epitomar raya literariamente a la altura del sociólogo, filósofo y ensayista nacido en Berlín en 1858 y muerto en Estrasburgo en 1918, pocos meses antes del final de la Gran guerra: “Rastro era, colmado de abigarradísimos residuos de objetos –carcomidos de puro viejos la mayoría–, expulsados a golpe de escoba de todas aquella disciplinas que, en oposición a las de la naturaleza, han solido llamarse morales. Problemas emigrantes, se habían posado en bandadas promiscuas sobre el alcor recién tendido. Temas mal avenidos con sus vecinos poblaban en confusión la ciudad abierta, protegida por todas las franquicias. En una olla podrida se mezclaran todas las ciencias históricas, psicológicas, normativas, y se le pusiera a la olla una etiqueta: Sociología”.
Simmel, de genio penetrante e inquieto, discurrió sobre las más variadas parcelas de la vida cotidiana: el erotismo y la coquetería, el amor y la muerte, la moda, la pobreza, el marco, el puente y la puerta, etcétera. Urgido por la diversidad de la vida y la movilidad del espíritu, su actitud es lo que a veces denominó “metafísica como vida”. Su obra tiene, además de una inagotable riqueza temática, un sello esteticista que le distingue de los otros padres fundadores de la sociología (Durkheim, Mead, Weber, Worms). Lo mismo que sus lecciones como Privatdozent, que seguramente le hicieron el objeto de envidias y le malmetieron con el mundo universitario de Berlín, impidiéndole alcanzar la cátedra allí y forzándole a trasladarse a Estrasburgo, en donde fue nombrado catedrático de sociología con más de cincuenta años. Acusado de diletante por la pedantería erudita, la supuesta mundanidad y llaneza de muchos de sus escritos es en realidad todo lo contrario a la impremeditación. Desde luego, la sociología y la filosofía de Simmel no son algo que se improvise.

Del prólogo de J. Molina ("Georg Simmel, anticipador de la polemología") a la nueva traducción de El conflicto, de G. Simmel (Sequitur, Madrid 2010).


sábado, 2 de octubre de 2010

Política social: orígenes y retos



El pasado día 30 de septiembre tuvo lugar en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC la primera jornada del II Congreso de la REPS, dedicado en esta ocasión a la "Crisis económica y políticas sociales". En dos sesiones se desarrolló su panel número 1, sobre los orígenes de la Política social (sesión de mañana) y los retos/políticas sociales comparadas (sesión de tarde).
En la sesión de la mañana tuvieron un papel especialmente destacado los investigadores de nuestro Seminario Luis Olariaga de la Universidad de Murcia. La recuperación de la historia intelectual y académica de la Política social española es una tarea recién incoada, pero esto es lo que la hace tan atractiva.
En el II Congreso de la REPS se defendieron diversas ponencias y comunicaciones sobre la influencia en España del Compendio de Política social (trad. esp. Labor 1931) de Ludwig Heyde, el primer manual de Política social (Tratado de Política social, de Miguel Carmona y Sobrino), el magisterio de Manuel Moix, el Suplemento de Política social de la Revista de Estudios Polïticos o la concepción de la Política social en José Medina Echavarría.
Fotografía: Gumersindo de Azcárate.