martes, 5 de octubre de 2010

Luis Olariaga Pujana (1885-1976)

El economista político Luis Olariaga nació en Vitoria el 21 de marzo de 1885 y murió, ya nonagenario, en Madrid, el 3 de agosto de 1976. Olariaga, hijo de la pequeña burguesía alavesa, se empleó muy joven en la Banca de su ciudad. Apenas cumplidos los 20 años marchó a Londres para trabajar en el Credit Lyonnais. Sus inquietudes intelectuales le llevaron hasta Ramiro de Maeztu, corresponsal por esa época de diversos periódicos españoles y argentinos. Este le introdujo en el sugestivo mundo del socialismo anglosajón neosecular y le presentó ante Ortega y Gasset, quien, cumpliendo con su alto magisterio nacional, le animó a seguir estudios universitarios. Olariaga se inclinó por una Licenciatura jurídica, cursada irregularmente en varias universidades españolas desde 1909. Alzándose sobre su experiencia comercial y bancaria empezó a cultivar con gran seriedad la economía política. Habilitado con una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios viajó a Berlín; allí estudió durante dos años con Max Sering, Adolf Wagner y Franz Oppenheimer. 
Al empezar la Gran guerra regresó a España y se licenció por la facultad de derecho de Oviedo (1914). Su incorporación a la vida intelectual nacional fue casi inmediata, pues trabó contacto con el Seminario de economía política de Flores de Lemus, se doctoró por la Universidad Central con una tesis titulada En torno al problema agrario (1916) y, al año siguiente, obtuvo la cátedra de «Política social y legislación comparada del trabajo» en unas oposiciones muy reñidas. Ortega, cabeza de una generación que fió sus mejores esperanzas en la misión de los universitarios, vio en Olariaga al candidato idóneo para traer a España la ciencia económica, tan necesaria para poner en orden a la nación. A la realización de este proyecto coadyuvaron su vasta obra periodística ­(buena parte de ella divulgada desde las páginas de El Sol), su vocación universitaria y también, de manera muy principal, el asesoramiento técnico dispensado a diversos organismos estatales. Olariaga da pues el perfil de los nuevos facultativos europeos de la política, cuyas funciones, al menos desde 1919, han venido desempeñando de consuno los juristas y los economistas políticos. 
En esta última faceta, además de su pertenencia a la Asamblea Nacional constituyente de 1929, se sucedieron sus responsabilidades en el Consejo Superior de Ferrocarriles y la Comisión de Ordenación Ferroviaria del Ministerio de Obras Públicas, al servicio del Directorio de Primo de Rivera, la II República y la Junta Técnica del Estado. Bajo el ministerio de Calvo Sotelo fue nombrado en 1928 Secretario del Comité Interventor de los Cambios; Larraz, por su parte, le llevó al Comité Central de la Banca Española como asesor técnico, convirtiéndose más tarde en Director del Consejo Superior Bancario. 
Operaron en su pensamiento dos constantes: la política monetaria y la política social. A la primera dedicó trabajos tan importantes como La política monetaria de España (1932), su obra inacabada Teoría del dinero, de la que llegó a redactar dos tomos, El dinero (1946) y Organización monetaria y bancaria (1954), y numerosos artículos sobre la reorganización monetaria internacional de la postguerra publicados en la revista Moneda y Crédito. A la segunda, que cultivó siempre como economista hondamente preocupado por el «drama social», dedicó su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, La orientación de la política social (1950), y su profundo estudio titulado La sociedad a la deriva (1971). 
No pueden desdeñarse pues sus enseñanzas sociales, determinantes en último análisis del pensamiento de José Antonio Primo de Rivera, discípulo de sus cursos de doctorado. Sus convicciones liberales le impidieron caer en los tópicos socialistas y colectivistas de la Nueva Escuela histórica alemana o en el vago agrarismo de Henry George, que gozó de amplia recepción en España hasta los años 30 del siglo pasado gracias a su compatibilidad sentimental con el regeneracionismo. Aunque admiraba a Keynes, a quien trató en varias ocasiones, el keynesianismo le parecía una «moderna antigualla» refutada «nada menos que [desde] los tiempos mercantilistas». Fue esa actitud suya, independiente y crítica, pero también ética, la que le enfrentó al nacionalismo económico de Cambó y le convirtió, más tarde, en partidario del Plan de estabilización de 1959.

Fotografía: Luis Olariaga en los años 30.