sábado, 9 de octubre de 2010

De un diálogo con Alain de Benoist

Portada de Éléments 135
De una entrevista de Alain de Benoist a Jerónimo Molina publicada en Éléments, nº 135, primavera de 2010: "L'intelligence politique est en voie de disparition".

AdB A lo largo de su vida Schmitt mantuvo una estrecha relación con algunos de los grandes juristas y filósofos del derecho españoles. Todos ellos, a pesar de la importancia de sus obras respectivas, son desconocidos en Francia. ¿Podría presentarnos a los más interesantes de ese grupo? ¿Cuáles han sido en el siglo XX las principales correintes de la filosofía política y el derecho político en España? ¿Qué nombres se pueden considerar imprescindibles?

JM Hay dos tópicos sobre el pensamiento español del siglo XX, sobre todo el de su tercio medio, que me molestan bastante, pues son dos mixtificaciones absolutas: el monolitismo y la homogeneidad del pensamiento, de lo que algo he dicho ya, y el “páramo intelectual” de la vida española. En realidad, el supuesto “páramo” era un “bosque mediterráneo” con especies muy interesantes. La explicación de esa mentira política es muy simple: cuando Franco venció el bloqueo internacional hacia mediados de los años 50, a sus adversarios únicamente les quedaba ya el recurso de deplorar el oscurantismo cultural del franquismo, un régimen que había hecho de la arcadia republicana una sociedad reprimida por los curas y sometida a una férrea censura... Es verdad que Franco no era Salazar, un verdadero intelectual, pero tampoco era el personaje incompetente que pintan sus enemigos. Por otro lado, Franco no era la sociedad española.

 
Jesús Fueyo en su biblioteca. Instantánea
de Günter Maschke (1991)
Tampoco es exacto afirmar que el franquismo supuso un corte profundo en la vida intelectual del país, continuada únicamente con la “recuperación” de la democracia. Quien crea eso es que vive de tópicos de enciclopedia. La realidad es muy diferente: aunque el exilio diezmó a la clase intelectual española, muchos de los que se quedaron en la España de Franco trabajaron desde muy pronto para incorporar a los que se habían marchado. Un ejemplo palmario es el grupo de los “falangistas liberales” (Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo, etc.) Pero no quisiera alargarme en este punto, pues me gustaría señalar que bajo el régimen franquista se produjo un extraordinario florecimiento del pensamiento jurídico-político. Algunos de estos escritores formaban un grupo intelectualmente compacto que yo he llamado “Escuela del Derecho político español”. Tengo la impresión de que en España no ha habido un fenómeno parecido desde la Escuela de Salamanca, en el Siglo de Oro, ni siquiera en el siglo XIX, en donde hay una inteligencia superior como Donoso Cortés e ingenios notables como Balmes y Aparisi Guijarro. No creo que sea una casualidad que esos dos momentos intelectuales hayan coincidido con la época de mayor esplendor de la universidad española. Debo decirle, en este sentido, que comparada con lo que tenemos hoy, la universidad “franquista” era una verdadera Atenas.
Pero los pensadores políticos de interés no se encuentran únicamente entre los tratadistas de Derecho político, disciplina central en España desde el punto de vista de la historia de las ideas. Hay que tener en cuenta que en España, el Derecho político no equivale simplemente al Derecho constitucional de otros países europeos, sino que incluye también la Ciencia política, la Sociología, la Teoría del Estado y la Filosofía política, es decir, la enciclopedia completa de los saberes políticos. Son muchos nombres que no dirán nada al lector francés. Por esta razón me gustaría presentarlos dentro de un esquema elemental que, a mi juicio, refleja bastante bien las coordenadas políticas de la época. Más allá de las clasificaciones ideológicas convencionales –falangistas, tecnócratas, integristas, etc.–, que no sirven para nada, creo que la historia de las ideas políticas debe encontrar el eje ordenador interno a estas mismas ideas, algo así como un Zentralbegriff. En el caso de España, ese “concepto central” es el Estado. Como decía Javier Conde, uno de los grandes pensadores de esa época, el verdadero argumento de la historia política de España es su lucha contra el Leviatán, contra el Estado moderno. Es claro que en esa gigantomaquia resultó herida de muerte la Monarquía española, forma política que no hay que confundir con el Estado nacional europeo. En un sentido profundo, la historia de la decadencia española es la historia de una nación incapaz de adoptar la forma política moderna. De alguna manera, la no estatalidad de España nos costó el Imperio, así como las guerras civiles de los siglos XIX y XX. La Guerra civil de 1936 marcó un hito, pues después de ella, la estatificación intentada por la II República sería realizada por Franco. Decía Javier Conde que Franco dio a la nación española la forma o el hábito de Estado. Es precisamente la actitud ante el Estado lo que permite introducir una ordenación o agrupación no ideológica de los pensadores políticos españoles más interesantes del periodo que va de 1935 a 1975.
En primer lugar señalaría los partidarios del Estado tout court, convencidos de que la estatificación de la nación española era un imperativo histórico que ya no podía retrasarse sin poner en peligro la propia supervivencia de la comunidad política. Javier Conde, amigo, traductor y discípulo de Carl Schmitt, es el mejor representante de esta posición, sintetizada en un opúsculo titulado El Estado nacional español. Sus libros El hombre, animal político y Teoría y sistema de las formas políticas son dos clásicos contemporáneos de la filosofía política. Una posición parecida es la Jesús Fueyo, de quien pronto editaremos una antología: El Estado y la constitución de España. Su libro más ambicioso es El retorno de los Budas, un ensayo de política ficcion sobre la decadencia del pensamiento, elaborado en diálogo permanente con Nietzsche, Tocqueville o Schmitt.
Rafael Calvo Serer
Más bien partidario del Estado administrativo o de Derecho, que viene a ser lo mismo, fue Gonzalo Fernández de la Mora, teórico del “Estado de obras” y de las trascendentalidad de la oligarquía como forma de gobierno. Fernández de la Mora lanzó en 1956 su original tesis del “crepúsculo de las ideologías”, que nada tiene que ver con el debate acerca del fin de las ideologías (End of ideologies). También Rodrigo Fernández-Carvajal, un fino jurista autor de uno de los pocos tratados sobre el régimen de las leyes fundamentales, al que consideraba una “dictadura constituyente de desarrollo” (La constitución española, 1969).
Pero el Estado ha tenido siempre en España sus adversarios. En la época que señalo hay dos grupos intelectuales de mucho interés. Uno de ellos es el de los antiestatistas que rechazan el Estado por considerarlo contrario a la tradición nacional. La decadencia nacional, para ellos, no es la consecuencia de una deficiente estatificación, sino de todo lo contrario: el esfuerzo, a partir de Felipe V, el primer Borbón, por edificar un Estado es la causa de la decadencia de la Monarquía española. Mencionaré al romanista Álvaro d’Ors y su obra La violencia y el orden (1985) y al filósofo Rafael Gambra y su interesante trabajo Eso que llaman Estado (1958) Pero hay también otro antiestatismo, el de quienes rechazan la estatificación de la sociedad por poner este proceso en serio peligro las libertades personales y laminar los cuerpos intermedios. Ahí no encontramos con Rafael Calvo Serer, monárquico y gran divulgador de ideas, de quien puede leerse todavía con provecho La fuerza creadora de la libertad (1958). También Ángel López-Amo, malogrado jurista y autor de una obra breve en la que destaca El poder político y la libertad (1952), una defensa de la monarquía de la reforma social inspirada en Lorenz von Stein.