martes, 28 de septiembre de 2010

El hombre, animal peligroso


La política del "deber ser" no interesa a un realista político, atento fundamentalmente a lo que la política "es". Esta actitud o disposición de la inteligencia es tan vieja como el hombre. El realismo político, una suerte de "familia del espíritu", tiene adictos y partidarios tan egregios como Maquiavelo o nuestro Saavedra Fajardo, el alemán Carl Schmitt o el italiano Gianfranco Miglio, contemporáneos nuestros estos últimos, pero también, remontándonos en el tiempo, el general hindú Kautilya, el legista chino Han Fei, al historiador griego Tucídides o al consejero persa Nizamulmuk.
El hombre no es una animal bondadoso por naturaleza, como creyó Rousseau y con él toda su descendencia intelectual y romántica, ni un animal malo ni pervertido. Más bien "ladino", como decía el escritor político español Nicolás Ramiro Rico. El hombre, sin duda, es un animal "peligroso". En la teología católica se habla del hombre caído y levantado con la mediación de la gracia divina. Tasmpoco esta es una mala figuración del ser humano.
En la peligrosidad del hombre y su sociable insociabilidad (Kant) encontramos la causa o la razón objetiva (fundamento in re) de la politicidad humana: el hombre es un animal político y no puede ser otra cosa porque arrastra la carga de mantener acotada y vigilada su sociable insociabilidad. Es esta una perspectiva dramática que, sin embargo, envuelve también una tarea a la altura de nuestra concepción de la dignidad del ser humano: hacer posible la libertad.

Fotografía: Óleo de E. W. Nay, uno de los pintores preferidos de Carl Schmitt.